El brazo marchito y otros cuentos by Thomas Hardy

El brazo marchito y otros cuentos by Thomas Hardy

autor:Thomas Hardy
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 84-322-2483-9
editor: Seix Barral
publicado: 1983-01-01T00:00:00+00:00


VII. LA MARCHA HASTA EL CRUCE DE WARM’ELL Y LO QUE SUCEDIÓ DESPUÉS

Como la mercancía tenía que ser llevada a Budmouth aquella misma noche, el siguiente objetivo de los carabineros era encontrar caballos y carretas para efectuar el traslado, y con este propósito recorrieron la aldea. Latimer iba de una lado a otro con un pedazo de tiza en la mano, señalando con saetas [5] todos los carromatos y arreos que encontraba a su paso (y lo hacía con tanta energía que daba la impresión de que iba a pintar saetas hasta en las vallas y calzadas). El dueño de cada vehículo así señalado estaba obligado a entregarlo para servir a los fines del gobierno. Stockdale, que ya había visto bastante de la escena, se metió en casa, pensativo y deprimido. Lizzy ya se encontraba allí. Había entrado por la parte de atrás y todavía tenía el sombrero puesto. Parecía cansada y su estado de ánimo no era mucho más alto que el del propio Stockdale. Muy poco tenían que decirse el uno al otro, y el pastor se fue al salón y trató de leer; pero no lo consiguió y tocó la campanilla para que le trajeran el té.

Lizzy en persona le trajo la bandeja, pues la muchacha se había ido por la tarde a la aldea, demasiado excitada por los acontecimientos para acordarse de su condición social. Sin embargo, antes de que los tristes enamorados hubieran tenido tiempo de decirse prácticamente nada, Martha Sarah llegó en un estado de enorme excitación.

—¡Oh, señora Newberry, señor Stockdale, vaya alboroto! ¡Los oficiales del rey no pueden aparejar los carros ni a la de tres! Primero llevaron los de Thomas Artnell, William Rogers y Stephen Sprake a la carretera, y, al hacerlo, las ruedas se salieron y los carros se desplomaron; resultó que no había pezoneras en las ruedas delanteras; después probaron con la carreta de Samuel Shene, y los tornillos habían desaparecido; y, finalmente, fueron a buscar el carro del lechero, ¡y tampoco allí quedaba ningún tornillo! Ahora han ido a la tienda del herrero para que les haga unos cuantos, pero no le encuentran por ningún lado.

Stockdale miró a Lizzy, que se sonrojó ligeramente y salió de la habitación, seguida por Martha Sarah. Pero antes de que se hubieran adentrado en el pasillo se oyó una llamada en la puerta principal. La señora Newberry se volvió para abrir y Stockdale reconoció la voz de Latimer.

—Por Dios, señora Newberry, ¿ha visto usted por ahí a Hardman, el herrero? Si pudiera echarle la vista encima me lo llevaría a rastras, por una oreja, hasta su yunque, que es donde debería estar.

—Es un holgazán, señor Latimer —dijo Lizzy traviesamente—. ¿Para qué lo quiere ver?

—¿Para qué? No hay en todo el lugar un solo caballo con más de tres herraduras, y los hay que sólo tienen dos. Las ruedas de los carros no tienen tornillos ni pezoneras. Entre esto y que todos los arreos están inservibles, lo cual es una molestia, no saldremos antes del anochecer, no podremos, se lo juro.



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